Portal de tradiciones
En la Hacienda de Oculixtlahuacán hay muchas leyendas y anécdotas de su organización social. Recuerdos de los abuelos; de lo que hacían; de cómo vivían. De cómo se iba a pedir la mano de la novia. De los “vientos” que tocan su orquesta en las pozas de los apantles. Historias de nahuales y de encantos. Hay familias que han llevado registro de sus antepasados, de quienes fueron, con quienes se casaron, los hijos que tuvieron, a dónde emigraron.
Algunas historias que se cuentan son las siguientes:
a. Los dos compadres
Se dice que hace unos años, por 1935, había en la Hacienda dos compadres. Uno era rico y el otro pobre. El pobre se dio cuenta de que su compadre tenía un terreno muy fértil cerca del poblado que se podía regar con el agua desperdiciada que escurría de la barranca donde las mujeres del pueblo tenían sus lavaderos y estaban las piletas donde la gente del pueblo llena sus cántaros de agua y está el abrevadero. Ese terreno estaba desaprovechado desde hacía dos años y nuevamente había quedado baldío.
- Compadre, présteme su terreno para trabajarlo. De lo que Dios me socorra ya le daré algo, según se de la cosecha.
- Sí compadre. Úselo y aprovéchelo, que yo ando ocupado en mis melgas, con los frutales y mi ganado y por eso no lo he sembrado.
Así que el compadre pobre decidió sembrar jitomate para que diera buen rendimiento. Necesitaba dinero que pidió prestado. Lo sembró y cuidaba el cultivo como a la niña de sus ojos. Desde que hizo el almácigo fue cuidando el germinado de la semilla, que estuviera libre de hongos y de enfermedades. Luego hizo el trasplante a cama de primera luna. Clavó las estacas y tendió las cuerdas para que la planta reconociera el mecate, por él subiera y no se arrastrara por el suelo. Luego eliminó los chupones o hijuelos podándolos para que no ahogaran la mata principal e hizo la resiembra donde veía que el cultivo los recibiría debidamente. Formó una barda enramada para proteger su cultivo de los fríos.
Desde temprano cuidaba de aprovechar los escurrimientos de agua y encauzarlos a su cultivo de hortaliza. Cuidaba que no hubiera yerba y fue a traer guano de las cuevas de Tuxtla para que su siembra tuviera más vida.
La hortaliza se veía preciosa. Estaba ya poblada de fruto que comenzó a cambiar de color del verde claro al tornasol. Faltaba poco para comenzar la cosecha y el fruto de su trabajo ya estaba a la vista.
Pero al compadre rico se le ocurrió ir a ver el trabajo de su compadre y al ver la hermosura de huerta que tenía frente a sí le entró la envidia. El compadre pobre lo vio a la orilla de la huerta y se fue a abrazarlo. Estaba lleno de dicha. Pero lo detuvo el compadre rico.
- Compadre, le dijo. Mañana voy a ocupar el terreno. Tengo pensado sembrar un poco de maíz. Lamento el trabajo que le ha metido. Mañana voy a barbecharlo.
- ¿Cómo?…. Compadre, por favor espere un poco. Ya entrando la otra semana voy a comenzar a cosechar y mire… qué bonita huerta se está dando. Le prometo que le doy su parte.
- No compadre… No vine a hacer tratos… le vine a avisar porque ya tengo lista la yunta.
Los ruegos del compadre pobre de nada valieron y el compadre rico espoloneó su caballo y se retiró. Entonces el compadre pobre se hincó, abrió las manos para abrazar la tierra y comenzó a llorar. Como sólo los hombres curtidos, cuando hay motivo, lloran.
Y entonces sucedió.
Toda la gente de La Hacienda fue testigo.
Los tíos estaban todavía jovencitos.
Cuando recuerdan este suceso, algunos se persignan, y siempre dicen que sucedió “como ejemplo”.
Sucedió… que sólo allí comenzó a temblar. No en el resto del pueblo. Y el terreno cultivado comenzó a ser comido por una capa de tierra con piedra que la fue cubriendo mientras que la hortaliza iba quedando sepultada.
Y el pueblo también tembló. Uno ensilló su caballo para ir por un cura mientras el pueblo se acercó a ver y se hincaba a rezar. Hasta que la tierra dio un bramido y el terreno cultivado allí se perdió.
¡Es un ejemplo! La gente dice, y dicen que todos lo vieron. Que fue por la envidia que el terreno se perdió y así quedó. Como si una baldosa hubiera tapado con un manto de piedra la tierra.
Eso pasó en La Hacienda. Los Tíos lo vieron. Fue por 1935. Cuando todavía no había carretera.
b. De los aires
En La Hacienda de Oculixtlahuacán viven los ‘aires’ que son una especie de duendecillos endémicos de esa región. Los ‘aires’ son personajes semihumanos que sin aparente motivo hacen su aparición, y realizan alguna travesura o provocan algún daño. También se hacen pasar por niños juguetones. Dice mi padre y mis tíos que, cuando eran niños, había en La Hacienda muchos niños y se juntaban a jugar en la cancha, en el amate o en la escuela pero, de repente eran tantos que hacían una gran algarabía. Mi padre me cuenta que cuando regresaban a casa y la abuela les preguntaba con quiénes habían jugado, muchas veces trataban de acordarse con quién habían jugado y se daban cuenta de que eran niños que no conocían pero como con un hechizo los encantaban. Los ‘vientos’ se personificaban y había hasta el doble de chamacos jugando. Los ‘aires’ llegaban a divertirse con los niños en sus juegos por su propia voluntad y sin ser reconocidos.
A los ‘aires’ se les encuentra por las acequias y en los pozos. Allí se puede escuchar su música. Algunos dicen que su música es como si tocaran tamborcitos y flautas; otros dicen que es como si tocaran violines chiquititos y muy finos. A las doce del día, cuando se sale al sol y no se da sombra, es la hora de los ‘aires’. A esas horas no se debe de tocar el agua de los apantles ni donde hay ojos de agua. Es peligroso. A mi padre le tocó asomarse a un ojo de agua a esas horas y vio a los ‘aires’ como niños juguetones tocando sus clarines o flautitas que sonaban como gotitas de agua.
A mi primo le tocó oírlos cuando estaba cortando fruta junto al apantle.
Cuando los ‘aires’ quieren hacer daño a alguien, esa persona cae enferma. Siente desgano y cansancio; le salen lagañas y se produce dolor de cabeza, lacrimeo en los ojos y mareo. Es necesario llamar al curandero para que sacarle el aire.
A mi padre le tocó asomarse de curioso cuando estaban ‘curando de aire’ a un tío mío en la Casa Grande y, la mitad de la cara del lado del ojo con el que estaba curioseando se le inflamó. Hubo necesidad de volver a llamar al curandero.
Por 1965 sucedió que una señora de la familia llegó a la Ciudad de México, y se hospedó en nuestra casa. A a mi hermana le dijo que el cansancio y estado anímico decaído entonces sentía, se debía a que ‘los aires’ estaban causándole daño. Le pidió a mi hermana permiso para sacarlos y en una terracita que teníamos en la parte alta de la casa inició el ritual. La tía comenzó a limpiarla rezando en español y en náhuatl y barriendo su cuerpo con algunas yerbas. Cuando llegó el momento de expulsar a los vientos, las ventanas comenzaron a temblar como si un huaracán las estuviera azotando, aunque afuera de la casa no había ni siquiera una briza ligera de aire. Mi hermana se espantó pero el ritual continuó y la tía volvió a ordenarle a los ‘aires’ que se fueran y dejaran de hacerle daño a mi hermana. Abrió la ventana y mi hermana sintió que un vendaval salió del lugar donde le estaban haciendo el rito de la limpia. En el patio vecino contiguo a la casa había unos árboles grandes de pirul. Mi hermana vio cómo las ramas de los árboles comenzaron a arremolinarse por un ventarrón. Entonces, muy confundida, le pidió a la tía que ya terminara. La tía le volvió a pedir permiso para termina. Pero mi hermana ya no quiso que siguiera y se quedó muy espantada.
c. De lo que se narraba en torno al fogón
Con la oscuridad del crepúsculo la gente regresaba del campo y se refugiaba en sus hogares. No se conocía la electricidad por lo que todos aprendíamos a vivir en la oscuridad. Para alumbrar la casa se prendían los candiles, los quinqués de petróleo, la lámpara Coleman, o nos íbamos al fogón a platicar y enterarnos de lo que se había hecho en el día o lo que había que hacer al día siguiente. Allí se platicaban los problemas que habían. Si a un toro o a una vaca se le había agusanado el cuerno o que se hubiera perdido más allá del potrero donde debía de estar y era necesario ir a buscarla. Se oían opiniones y consejos, se distribuían cargas de trabajo y en muchas ocasiones se flanqueaba el mundo mágico. Los venados eran seres mágicos. El venado alfa, el que guiaba la manada, cuando iba a ser cazado podía intercambiar favores con el cazador. Tenía en el hocico una piedra de jade. Si el cazador lo redimía, el venado alfa a cambio de su vida le daba el jade que era un talismán para que el cazador; mientras éste la portara, no fallaría un solo tiro. La gente quedaba atrapada muchas veces en algún ‘encanto’. Había lugares que eran como puertas que se abrían a otros mundos del pasado, o a lugares en donde se detenía el tiempo. Sucedían las más extrañas aventuras. Traspasar esos umbrales de regreso tenía como consecuencia regresar a nuestro mundo treinta años después, mientras en aquel mundo sólo había pasado un pequeño rato. Se relataban apariciones de caballeros vestidos casi siempre de negro, que galopaban encendiendo destellos y chispas al paso de sus herraduras, o que cabalgaban volando por el aire, como era el caso de Agustín Lorenzo. Había anécdotas de encuentros con gente que había fallecido tiempo atrás y que venían a visitarnos para ofrecer pormenores de entierros de tesoros escondidos. Pero era mejor no saber de estos tesoros porque el depositario de la información del tesoro siempre se moría antes de desenterrarlo. En la misma casa de los abuelos se sabía que había entierros de monedas de oro del tiempo de la revolución. En el ‘cerro de la campana’, en la fecha de San Antonio, a las doce de la noche repicaba la campana que habían robado en Tlaxmalac y quedó allí enterrada; mal augurio si alguien oía tales campanadas. Teníamos nahuales y había brujos que podían tomar la forma animal de su nahual. Tras de oír esos relatos no daban ganas de ir al cerro por las noches, ni de pasar cerca del cementerio, ni de aventurarnos a los sitios en los que ‘La Llorona’ se aparecía periódicamente para reiterar, con su llamado angustioso y estridente, de ¡¡¡Ayyy, mis híjoss!!! Su eterno reclamo de resarcir su desventura.